sábado, 23 de enero de 2016

25/01/16 LIT. UNIVERSAL "La épica y el fútbol"



Épica y deporte.









  


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Épica y deporte.

Los juegos deportivos modernos han venido a satisfacer el ansia de presenciar hazañas. Sólo que los adalides son hoy nadadores y demás portentos, y los ejércitos se han trocado en equipos de disciplinados muchachos que atacan y contraatacan, y tienen banderas propias, himnos y capitanes, y proceden con estrategias muy meditadas. Movidas por el furor épico, las multitudes se amontonan para ver descender a sus ídolos del autobús, igual que se asomaban los vecinos de Burgos para ver pasar por las calles a Rodrigo con los suyos. Después asisten a sus gestas, no limitándose a presenciarlas, sino participando activamente con broncas e, incluso, tundas. Para quienes se quedan en casa, está el sucedáneo de las transmisiones audiovisuales, como antaño estaba la recitación en la plaza del pueblo o en el atrio de la iglesia. Los locutores de turno ejercen de juglares. “¡Que bien detiene el balón Abel!”, clama uno, como su predecesor, medieval prorrumpía en igual grito exaltado: “¡Quál lidia bien sobre exorado arzón / mio Cid Ruy Díaz el buen lidiador!”.
En la relativa soledad de su cabina, el locutor de radio - el de la televisión procede a veces igual, explicando, con menos pormenor, pero siempre pleonásticamente, lo que estamos viendo -, se enfrenta con la dificultad enorme de verbalizar imágenes, para lo cual le bastaría un llano aunque tenso lenguaje representativo (más atento a la propiedad que al grito, ¡maestro Matías Prats!); pero se cree en el deber profesional de aherrojar la atención de los oyentes chillando, emocionándose él mismo, aburriéndose, indignándose, alegrándose, si quiere contagiar emoción, tedio, cólera o júbilo a quienes lo escuchan. Esto es, acentuando lo que denominamos expresividad lingüística, consistente, como el nombre indica, en expresar o excarcelar las emociones presas en el espíritu. La competencia entre emisoras hace que ese elemento expresivo haya ido adquiriendo una importancia creciente en sus transmisiones, dando lugar a tan irritante exasperación de la tensión tonal, que degrada la condición humana de muchos locutores.
Y mientras la transgresión fónica es de norma en las crónicas deportivas orales, la profusión de figuras retóricas caracteriza a las escritas. Es lógico: el redactor tiene también la necesidad de extrañar, para lo cual, fuerza y violenta la prosa ordinaria de la noticia. No disponiendo de los recursos vocales del locutor, ha de compensarlos con un despliegue ostentoso de ornamentos. Algunos causan asombro.

Fernando LÁZARO CARRETER, Épica y deporte.



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