La modalización es un
rasgo relacionado con la subjetividad en el texto. Es todo aquello que informa
con la actitud del emisor respecto al mensaje y todo aquello que incide en la
valoración del mismo.
El texto “Cuerpos” de Ángeles Caso está (poco/mucho/bastante)
modalizado. Predomina la modalidad (debes justificar tu elección)
(EPÍSTÉMICA/
DEÓNTICA/VALORATIVA)
-
EPISTÉMICA: Grado certeza. Muestra
mayor/menor conocimiento sobre el asunto.
-
DEÓNTICA: Grado de necesidad, obligación, conveniencia, prohibición.
-
VALORATIVA: Valora
positiva/negativamente la realidad.
La autora muestra su
actitud hacia el tema a través de distintos procedimientos:
Cuerpos, de Ángeles Caso
Cuentan las noticias que la modelo Gisele
Bündchen se ha convertido en lo que los estadounidenses llaman
una “milmillonaria”: su fortuna ha superado los 1.000 millones de
dólares, casi 800 millones de euros. No cabe la menor duda de que Bündchen es
una mujer bellísima. Supongo que es, además, una gran profesional y que ha sido
lo suficientemente inteligente como para gestionar muy bien su carrera. Incluso
puede que sea una tía estupenda, por qué no. Pero no deja de ser asombroso
–tristemente asombroso– que una persona pueda ganar semejantes cantidades de
dinero en razón únicamente de su físico.
No es nada nuevo, por supuesto. La
belleza siempre ha sido muy cotizada. Las mujeres hemos sido sabias durante
siglos y siglos a ese respecto, en buena medida porque no nos permitían serlo
en ningún otro campo. Hemos aprendido a cuidar de nuestra piel y nuestro
cabello, a embellecernos con maquillajes y peinados, a encontrar la ropa que
mejor nos sienta. Es natural: mientras los hombres vivían de su
valentía en las guerras, de su inteligencia o de sus conocimientos, nosotras
sólo teníamos el cuerpo como moneda de cambio. De hecho, ser hermosas fue
para muchas –y aún sigue siéndolo– el único camino para lograr un matrimonio
ventajoso o una buena fortuna en la prostitución de lujo.
A todos nos gusta la gente guapa, claro
que sí. El cerebro se siente atraído por lo armonioso y simétrico, y descansar
durante un rato la mirada en un rostro hermoso –de mujer o de hombre– es sin
duda algo muy agradable. De ahí a valorar económicamente el aspecto por encima
de otras muchas cosas hay, sin embargo, un abismo. Pero en esta sociedad que
pone precio a todo, las cosas son así. Las modelos y los modelos pueden
hacerse ricos, y hasta milmillonarios, exhibiendo sus rasgos y sus cuerpos. Hay
actores o actrices que triunfan tan sólo por su guapura, sin que se les haya
conocido nunca ni un gramo de talento. Y presentadores de televisión –hombres y
mujeres– que acumulan enormes cuentas bancarias a costa de su físico (con el
añadido de una buena dosis de desparpajo, reconozcámoslo).
Entretanto, los médicos de la sanidad
pública, de los que dependen nuestras vidas, son funcionarios con sueldos
mediocres y sometidos a los recortes. Lo mismo ocurre
con los maestros y profesores de todos los niveles, a los que exigimos que nos
den la mejor formación. Y con los investigadores, a quienes debemos tanto
bienestar y tantos avances, y que para colmo se pasan años trabajando
minuciosamente a cambio de becas miserables (cuando no les cierran sus centros,
como está empezando a ocurrir). Y con los hombres y las mujeres sabios,
aquellos que escriben y nos iluminan y hacen que nuestras vidas sean más ricas
y más libres, a cambio de cantidades de dinero a menudo ínfimas.
Algo raro le ocurre a una sociedad que
valora por encima de todo lo superficial. Ese culto desaforado
al cuerpo y al esplendor de la juventud, esa pasión sin límites por la
demostración de resistencia física que hacen los deportistas –sustitutos en el
imaginario colectivo de los antiguos guerreros–, huele a malsano y a decadente.
Sólo el día en que una mujer o un hombre consigan ser milmillonarios en unos
pocos años salvando vidas, estaré dispuesta a cambiar de opinión.
La vanguardia, 16 de febrero de 2012
VERBOS EN 1º PERSONA DEL SINGULAR O PLURAL (YO-NOS)
Cuerpos, de Ángeles Caso
Cuentan las noticias que la modelo Gisele
Bündchen se ha convertido en lo que los estadounidenses llaman
una “milmillonaria”: su fortuna ha superado los 1.000 millones de
dólares, casi 800 millones de euros. No cabe la menor duda de que Bündchen es
una mujer bellísima. Supongo
que es, además, una gran profesional y que ha sido lo suficientemente
inteligente como para gestionar muy bien su carrera. Incluso puede que sea una
tía estupenda, por qué no. Pero no deja de ser asombroso –tristemente
asombroso– que una persona pueda ganar semejantes cantidades de dinero en razón
únicamente de su físico.
No es nada nuevo, por supuesto. La
belleza siempre ha sido muy cotizada. Las mujeres hemos sido sabias durante siglos y siglos a
ese respecto, en buena medida porque no nos permitían serlo en ningún otro campo. Hemos aprendido a cuidar
de nuestra piel y nuestro cabello, a embellecernos con maquillajes y peinados, a encontrar la ropa
que mejor nos sienta. Es natural: mientras los hombres vivían de su
valentía en las guerras, de su inteligencia o de sus conocimientos, nosotras
sólo teníamos el cuerpo como moneda de cambio. De hecho, ser hermosas fue para muchas –y
aún sigue siéndolo– el único camino para lograr un matrimonio ventajoso o una
buena fortuna en la prostitución de lujo.
A
todos nos gusta la gente guapa, claro que sí. El cerebro se
siente atraído por lo armonioso y simétrico, y descansar durante un rato la
mirada en un rostro hermoso –de mujer o de hombre– es sin duda algo muy
agradable. De ahí a valorar económicamente el aspecto por encima de otras
muchas cosas hay, sin embargo, un abismo. Pero en esta sociedad que pone precio
a todo, las cosas son así. Las modelos y los modelos pueden hacerse
ricos, y hasta milmillonarios, exhibiendo sus rasgos y sus cuerpos. Hay
actores o actrices que triunfan tan sólo por su guapura, sin que se les haya
conocido nunca ni un gramo de talento. Y presentadores de televisión –hombres y
mujeres– que acumulan enormes cuentas bancarias a costa de su físico (con el
añadido de una buena dosis de desparpajo, reconozcámoslo).
Entretanto, los médicos de la sanidad
pública, de los que dependen nuestras vidas, son funcionarios con sueldos
mediocres y sometidos a los recortes. Lo mismo ocurre
con los maestros y profesores de todos los niveles, a los que exigimos que nos den la mejor
formación. Y con los investigadores, a quienes debemos tanto bienestar y tantos
avances, y que para colmo se pasan años trabajando minuciosamente a cambio de
becas miserables (cuando no les cierran sus centros, como está empezando a
ocurrir). Y con los hombres y las mujeres sabios, aquellos que escriben y nos
iluminan y hacen que nuestras vidas sean más ricas y más libres, a cambio de
cantidades de dinero a menudo ínfimas.
Algo raro le ocurre a una sociedad que
valora por encima de todo lo superficial. Ese culto desaforado
al cuerpo y al esplendor de la juventud, esa pasión sin límites por la
demostración de resistencia física que hacen los deportistas –sustitutos en el
imaginario colectivo de los antiguos guerreros–, huele a malsano y a decadente.
Sólo el día en que una mujer o un hombre consigan ser milmillonarios en unos
pocos años salvando vidas, estaré
dispuesta a cambiar de opinión.
La vanguardia, 16 de febrero de 2012
VERBOS DE INTELETO:
creer, pensar, suponer
Cuerpos, de Ángeles Caso
Cuentan las noticias que la modelo Gisele
Bündchen se ha convertido en lo que los estadounidenses llaman
una “milmillonaria”: su fortuna ha superado los 1.000 millones de
dólares, casi 800 millones de euros. No cabe la menor duda de que Bündchen es
una mujer bellísima. Supongo
que es, además, una gran profesional y que ha sido lo suficientemente
inteligente como para gestionar muy bien su carrera. Incluso puede que sea una
tía estupenda, por qué no. Pero no deja de ser asombroso –tristemente
asombroso– que una persona pueda ganar semejantes cantidades de dinero en razón
únicamente de su físico.
No es nada nuevo, por supuesto. La
belleza siempre ha sido muy cotizada. Las mujeres hemos sido sabias durante
siglos y siglos a ese respecto, en buena medida porque no nos permitían serlo
en ningún otro campo. Hemos aprendido a cuidar de nuestra piel y nuestro
cabello, a embellecernos con maquillajes y peinados, a encontrar la ropa que
mejor nos sienta. Es natural: mientras los hombres vivían de su
valentía en las guerras, de su inteligencia o de sus conocimientos, nosotras
sólo teníamos el cuerpo como moneda de cambio. De hecho, ser hermosas fue
para muchas –y aún sigue siéndolo– el único camino para lograr un matrimonio
ventajoso o una buena fortuna en la prostitución de lujo.
A todos nos gusta la gente guapa, claro
que sí. El cerebro se siente atraído por lo armonioso y simétrico, y descansar
durante un rato la mirada en un rostro hermoso –de mujer o de hombre– es sin
duda algo muy agradable. De ahí a valorar económicamente el aspecto por encima
de otras muchas cosas hay, sin embargo, un abismo. Pero en esta sociedad que
pone precio a todo, las cosas son así. Las modelos y los modelos pueden
hacerse ricos, y hasta milmillonarios, exhibiendo sus rasgos y sus cuerpos. Hay
actores o actrices que triunfan tan sólo por su guapura, sin que se les haya
conocido nunca ni un gramo de talento. Y presentadores de televisión –hombres y
mujeres– que acumulan enormes cuentas bancarias a costa de su físico (con el
añadido de una buena dosis de desparpajo, reconozcámoslo).
Entretanto, los médicos de la sanidad
pública, de los que dependen nuestras vidas, son funcionarios con sueldos
mediocres y sometidos a los recortes. Lo mismo ocurre
con los maestros y profesores de todos los niveles, a los que exigimos que nos
den la mejor formación. Y con los investigadores, a quienes debemos tanto
bienestar y tantos avances, y que para colmo se pasan años trabajando
minuciosamente a cambio de becas miserables (cuando no les cierran sus centros,
como está empezando a ocurrir). Y con los hombres y las mujeres sabios,
aquellos que escriben y nos iluminan y hacen que nuestras vidas sean más ricas
y más libres, a cambio de cantidades de dinero a menudo ínfimas.
Algo raro le ocurre a una sociedad que
valora por encima de todo lo superficial. Ese culto desaforado
al cuerpo y al esplendor de la juventud, esa pasión sin límites por la
demostración de resistencia física que hacen los deportistas –sustitutos en el
imaginario colectivo de los antiguos guerreros–, huele a malsano y a decadente.
Sólo el día en que una mujer o un hombre consigan ser milmillonarios en unos
pocos años salvando vidas, estaré dispuesta a cambiar de opinión.
La vanguardia, 16 de febrero de 2012
ADJETIVOS VALORATIVOS
ADJETIVOS Y SUSTANTIVOS VALORATIVOS
Cuerpos, de Ángeles Caso
Cuerpos, de Ángeles Caso
Cuentan las noticias que la modelo Gisele
Bündchen se ha convertido en lo que los estadounidenses llaman
una “milmillonaria”:
su fortuna ha superado los 1.000 millones de dólares, casi 800 millones de
euros. No cabe la menor duda de que Bündchen es una mujer bellísima. Supongo que
es, además, una gran
profesional y que ha sido lo suficientemente inteligente como para
gestionar muy bien su carrera. Incluso puede que sea una tía estupenda, por qué no. Pero no deja de ser
asombroso –tristemente
asombroso– que una persona pueda ganar semejantes cantidades de dinero
en razón únicamente de su físico.
No es nada nuevo, por supuesto. La
belleza siempre ha sido muy cotizada. Las mujeres hemos sido sabias durante siglos y
siglos a ese respecto, en buena medida porque no nos permitían serlo en ningún
otro campo. Hemos aprendido a cuidar de nuestra piel y nuestro cabello, a
embellecernos con maquillajes y peinados, a encontrar la ropa que mejor nos
sienta. Es natural: mientras los hombres vivían de su valentía en las
guerras, de su inteligencia o de sus conocimientos, nosotras sólo teníamos el
cuerpo como moneda de cambio. De hecho, ser hermosas fue para muchas –y aún
sigue siéndolo– el único camino para lograr un matrimonio ventajoso o una buena
fortuna en la prostitución de lujo.
A todos nos gusta la gente guapa, claro
que sí. El cerebro se siente atraído por lo armonioso y simétrico, y descansar
durante un rato la mirada en un rostro hermoso –de mujer o de hombre– es sin
duda algo muy agradable.
De ahí a valorar económicamente el aspecto por encima de otras muchas cosas
hay, sin embargo, un abismo. Pero en esta sociedad que pone precio a todo, las
cosas son así. Las modelos y los modelos pueden hacerse ricos, y hasta
milmillonarios, exhibiendo sus rasgos y sus cuerpos. Hay actores o
actrices que triunfan tan sólo por su guapura, sin que se les haya conocido
nunca ni un gramo de talento. Y presentadores de televisión –hombres y mujeres–
que acumulan enormes
cuentas bancarias a costa de su físico (con el añadido de una buena dosis de desparpajo,
reconozcámoslo).
Entretanto, los médicos de la sanidad
pública, de los que dependen nuestras vidas, son funcionarios con sueldos mediocres y sometidos a
los recortes. Lo mismo ocurre con los maestros y
profesores de todos los niveles, a los que exigimos que nos den la mejor
formación. Y con los investigadores, a quienes debemos tanto bienestar y tantos
avances, y que para colmo se pasan años trabajando minuciosamente a cambio de
becas miserables
(cuando no les cierran sus centros, como está empezando a ocurrir). Y con los
hombres y las mujeres sabios,
aquellos que escriben y nos iluminan y hacen que nuestras vidas sean más ricas y más libres, a
cambio de cantidades de dinero a menudo ínfimas.
Algo raro le ocurre a una sociedad que
valora por encima de todo lo superficial. Ese culto desaforado al cuerpo y al
esplendor de la
juventud, esa pasión sin límites por la demostración de resistencia física que hacen los
deportistas –sustitutos en el imaginario colectivo de los antiguos guerreros–,
huele a malsano y a
decadente. Sólo el día en que una mujer o un hombre consigan ser
milmillonarios en unos pocos años salvando vidas, estaré dispuesta a cambiar de
opinión.
La vanguardia, 16 de febrero de 2012
ADVERBIOS VALORATIVOS (de certeza, de incertidumbre,
de juicio o
necesidad)
Cuerpos, de Ángeles Caso
Cuerpos, de Ángeles Caso
Cuentan las noticias que la modelo Gisele
Bündchen se ha convertido en lo que los estadounidenses llaman
una “milmillonaria”: su fortuna ha superado los 1.000 millones de
dólares, casi 800 millones de euros. No cabe la menor duda de que Bündchen es
una mujer bellísima. Supongo que es, además, una gran profesional y que ha sido
lo suficientemente inteligente como para gestionar muy bien su carrera. Incluso
puede que sea una tía estupenda, por qué no. Pero no deja de ser asombroso –tristemente asombroso–
que una persona pueda ganar semejantes cantidades de dinero en razón únicamente
de su físico.
No es nada nuevo, por supuesto. La belleza siempre ha
sido muy cotizada. Las mujeres hemos sido sabias durante siglos y siglos a
ese respecto, en buena medida porque no nos permitían serlo en ningún otro
campo. Hemos aprendido a cuidar de nuestra piel y nuestro cabello, a
embellecernos con maquillajes y peinados, a encontrar la ropa que mejor nos
sienta. Es natural: mientras
los hombres vivían de su valentía en las guerras, de su inteligencia o de sus
conocimientos, nosotras sólo teníamos el cuerpo como moneda de cambio. De
hecho, ser hermosas fue para muchas –y aún sigue siéndolo– el único camino para
lograr un matrimonio ventajoso o una buena fortuna en la prostitución de lujo.
A todos nos gusta la gente guapa, claro que sí. El cerebro se
siente atraído por lo armonioso y simétrico, y descansar durante un rato la
mirada en un rostro hermoso –de mujer o de hombre– es sin duda algo muy
agradable. De ahí a valorar económicamente el aspecto por encima de otras
muchas cosas hay, sin embargo, un abismo. Pero en esta sociedad que pone precio
a todo, las cosas son así. Las
modelos y los modelos pueden hacerse ricos, y hasta milmillonarios, exhibiendo
sus rasgos y sus cuerpos. Hay actores o actrices que triunfan tan sólo
por su guapura, sin que se les haya conocido nunca ni un gramo de talento. Y
presentadores de televisión –hombres y mujeres– que acumulan enormes cuentas
bancarias a costa de su físico (con el añadido de una buena dosis de
desparpajo, reconozcámoslo).
Entretanto, los médicos de la sanidad
pública, de los que dependen nuestras vidas, son funcionarios con sueldos
mediocres y sometidos a los recortes. Lo mismo ocurre
con los maestros y profesores de todos los niveles, a los que exigimos que nos
den la mejor formación. Y con los investigadores, a quienes debemos tanto
bienestar y tantos avances, y que para colmo se pasan años trabajando
minuciosamente a cambio de becas miserables (cuando no les cierran sus centros,
como está empezando a ocurrir). Y con los hombres y las mujeres sabios,
aquellos que escriben y nos iluminan y hacen que nuestras vidas sean más ricas
y más libres, a cambio de cantidades de dinero a menudo ínfimas.
Algo raro le ocurre a una sociedad que
valora por encima de todo lo superficial. Ese culto desaforado
al cuerpo y al esplendor de la juventud, esa pasión sin límites por la
demostración de resistencia física que hacen los deportistas –sustitutos en el
imaginario colectivo de los antiguos guerreros–, huele a malsano y a decadente.
Sólo el día en que una mujer o un hombre consigan ser milmillonarios en unos
pocos años salvando vidas, estaré dispuesta a cambiar de opinión.
La vanguardia, 16 de febrero de 2012
DERIVACIÓN
(cuando adquiere una connotación)
Cuerpos, de Ángeles Caso
Cuerpos, de Ángeles Caso
Cuentan las noticias que la modelo Gisele
Bündchen se ha convertido en lo que los estadounidenses llaman una “milmillonaria”:
su fortuna ha superado los 1.000 millones de dólares, casi 800 millones de
euros. No cabe la menor duda de que Bündchen es una mujer bellísima. Supongo
que es, además, una gran profesional y que ha sido lo suficientemente
inteligente como para gestionar muy bien su carrera. Incluso puede que sea una
tía estupenda, por qué no. Pero no deja de ser asombroso –tristemente
asombroso– que una persona pueda ganar semejantes cantidades de dinero en razón
únicamente de su físico.
No es nada nuevo, por supuesto. La
belleza siempre ha sido muy cotizada. Las mujeres hemos sido sabias durante
siglos y siglos a ese respecto, en buena medida porque no nos permitían serlo
en ningún otro campo. Hemos aprendido a cuidar de nuestra piel y nuestro
cabello, a embellecernos con maquillajes y peinados, a encontrar la ropa que
mejor nos sienta. Es natural: mientras los hombres vivían de su
valentía en las guerras, de su inteligencia o de sus conocimientos, nosotras
sólo teníamos el cuerpo como moneda de cambio. De hecho, ser hermosas fue
para muchas –y aún sigue siéndolo– el único camino para lograr un matrimonio
ventajoso o una buena fortuna en la prostitución de lujo.
A todos nos gusta la gente guapa, claro
que sí. El cerebro se siente atraído por lo armonioso y simétrico, y descansar
durante un rato la mirada en un rostro hermoso –de mujer o de hombre– es sin
duda algo muy agradable. De ahí a valorar económicamente el aspecto por encima
de otras muchas cosas hay, sin embargo, un abismo. Pero en esta sociedad que
pone precio a todo, las cosas son así. Las modelos y los modelos pueden
hacerse ricos, y hasta milmillonarios, exhibiendo sus rasgos y sus cuerpos. Hay
actores o actrices que triunfan tan sólo por su guapura, sin que se les haya
conocido nunca ni un gramo de talento. Y presentadores de televisión –hombres y
mujeres– que acumulan enormes cuentas bancarias a costa de su físico (con el
añadido de una buena dosis de desparpajo, reconozcámoslo).
Entretanto, los médicos de la sanidad
pública, de los que dependen nuestras vidas, son funcionarios con sueldos
mediocres y sometidos a los recortes. Lo mismo ocurre
con los maestros y profesores de todos los niveles, a los que exigimos que nos
den la mejor formación. Y con los investigadores, a quienes debemos tanto
bienestar y tantos avances, y que para colmo se pasan años trabajando
minuciosamente a cambio de becas miserables (cuando no les cierran sus centros,
como está empezando a ocurrir). Y con los hombres y las mujeres sabios,
aquellos que escriben y nos iluminan y hacen que nuestras vidas sean más ricas
y más libres, a cambio de cantidades de dinero a menudo ínfimas.
Algo raro le ocurre a una sociedad que
valora por encima de todo lo superficial. Ese culto desaforado
al cuerpo y al esplendor de la juventud, esa pasión sin límites por la
demostración de resistencia física que hacen los deportistas –sustitutos en el
imaginario colectivo de los antiguos guerreros–, huele a malsano y a decadente.
Sólo el día en que una mujer o un hombre consigan ser milmillonarios en unos pocos años salvando
vidas, estaré dispuesta a cambiar de opinión.
La vanguardia, 16 de febrero de 2012
SIGNOS DE PUNTUACIÓN (la raya y los paréntesis)
Cuerpos, de Ángeles Caso
Cuentan las noticias que la modelo Gisele
Bündchen se ha convertido en lo que los estadounidenses llaman
una “milmillonaria”: su fortuna ha superado los 1.000 millones de
dólares, casi 800 millones de euros. No cabe la menor duda de que Bündchen es
una mujer bellísima. Supongo que es, además, una gran profesional y que ha sido
lo suficientemente inteligente como para gestionar muy bien su carrera. Incluso
puede que sea una tía estupenda, por qué no. Pero no deja de ser asombroso –tristemente asombroso–
que una persona pueda ganar semejantes cantidades de dinero en razón únicamente
de su físico.
No es nada nuevo, por supuesto. La
belleza siempre ha sido muy cotizada. Las mujeres hemos sido sabias durante
siglos y siglos a ese respecto, en buena medida porque no nos permitían serlo
en ningún otro campo. Hemos aprendido a cuidar de nuestra piel y nuestro
cabello, a embellecernos con maquillajes y peinados, a encontrar la ropa que
mejor nos sienta. Es natural: mientras los hombres vivían de su
valentía en las guerras, de su inteligencia o de sus conocimientos, nosotras
sólo teníamos el cuerpo como moneda de cambio. De hecho, ser hermosas fue
para muchas –y aún sigue
siéndolo– el único camino para lograr un matrimonio ventajoso o una
buena fortuna en la prostitución de lujo.
A todos nos gusta la gente guapa, claro
que sí. El cerebro se siente atraído por lo armonioso y simétrico, y descansar
durante un rato la mirada en un rostro hermoso –de mujer o de hombre– es sin duda algo muy
agradable. De ahí a valorar económicamente el aspecto por encima de otras
muchas cosas hay, sin embargo, un abismo. Pero en esta sociedad que pone precio
a todo, las cosas son así. Las modelos y los modelos pueden hacerse
ricos, y hasta milmillonarios, exhibiendo sus rasgos y sus cuerpos. Hay
actores o actrices que triunfan tan sólo por su guapura, sin que se les haya conocido
nunca ni un gramo de talento. Y presentadores de televisión –hombres y mujeres–
que acumulan enormes cuentas bancarias a costa de su físico (con el añadido de una buena dosis de
desparpajo, reconozcámoslo).
Entretanto, los médicos de la sanidad pública,
de los que dependen nuestras vidas, son funcionarios con sueldos mediocres y
sometidos a los recortes. Lo mismo ocurre con los maestros y
profesores de todos los niveles, a los que exigimos que nos den la mejor
formación. Y con los investigadores, a quienes debemos tanto bienestar y tantos
avances, y que para colmo se pasan años trabajando minuciosamente a cambio de
becas miserables (cuando
no les cierran sus centros, como está empezando a ocurrir). Y con los
hombres y las mujeres sabios, aquellos que escriben y nos iluminan y hacen que
nuestras vidas sean más ricas y más libres, a cambio de cantidades de dinero a
menudo ínfimas.
Algo raro le ocurre a una sociedad que
valora por encima de todo lo superficial. Ese culto desaforado
al cuerpo y al esplendor de la juventud, esa pasión sin límites por la
demostración de resistencia física que hacen los deportistas –sustitutos en el imaginario
colectivo de los antiguos guerreros–, huele a malsano y a decadente. Sólo
el día en que una mujer o un hombre consigan ser milmillonarios en unos pocos
años salvando vidas, estaré dispuesta a cambiar de opinión.
La vanguardia, 16 de febrero de 2012
CAMBIOS DE REGISTRO (Predomina el coloquial, registro
formal al final)
Cuerpos, de Ángeles Caso
Cuerpos, de Ángeles Caso
Cuentan las noticias que la modelo Gisele
Bündchen se ha convertido en lo que los estadounidenses llaman
una “milmillonaria”: su fortuna ha superado los 1.000 millones de
dólares, casi 800 millones de euros. No cabe la menor duda de que Bündchen es
una mujer bellísima. Supongo que es, además, una gran profesional y que ha sido
lo suficientemente inteligente como para gestionar muy bien su carrera. Incluso
puede que sea una tía
estupenda, por qué no. Pero no deja de ser asombroso –tristemente
asombroso– que una persona pueda ganar semejantes cantidades de dinero en razón únicamente de su
físico.
No es
nada nuevo, por supuesto. La belleza siempre ha sido muy
cotizada. Las mujeres hemos sido sabias durante siglos y siglos a ese respecto,
en buena medida porque no nos permitían serlo en ningún otro campo. Hemos
aprendido a cuidar de nuestra piel y nuestro cabello, a embellecernos con
maquillajes y peinados, a encontrar la ropa que mejor nos sienta. Es
natural: mientras los hombres vivían de su valentía en las guerras, de
su inteligencia o de sus conocimientos, nosotras sólo teníamos el cuerpo como
moneda de cambio. De hecho, ser hermosas fue para muchas –y aún sigue
siéndolo– el único camino para lograr un matrimonio ventajoso o una buena
fortuna en la prostitución de lujo.
A todos nos gusta la gente guapa, claro que sí. El
cerebro se siente atraído por lo armonioso y simétrico, y descansar durante un
rato la mirada en un rostro hermoso –de mujer o de hombre– es sin duda algo muy
agradable. De ahí a valorar económicamente el aspecto por encima de otras
muchas cosas hay, sin embargo, un abismo. Pero en esta sociedad que pone precio
a todo, las cosas son así. Las
modelos y los modelos pueden hacerse ricos, y hasta milmillonarios, exhibiendo
sus rasgos y sus cuerpos. Hay actores o actrices que triunfan tan sólo
por su guapura, sin que se les haya conocido nunca ni un gramo de talento. Y
presentadores de televisión –hombres y mujeres– que acumulan enormes cuentas
bancarias a costa de su físico (con el añadido de una buena dosis de desparpajo, reconozcámoslo).
Entretanto, los médicos de la sanidad
pública, de los que dependen nuestras vidas, son funcionarios con sueldos
mediocres y sometidos a los recortes. Lo mismo ocurre
con los maestros y profesores de todos los niveles, a los que exigimos que nos
den la mejor formación. Y con los investigadores, a quienes debemos tanto
bienestar y tantos avances, y que
para colmo se pasan años trabajando minuciosamente a cambio de becas miserables (cuando no les
cierran sus centros, como está empezando a ocurrir). Y con los hombres y las
mujeres sabios, aquellos que escriben y nos iluminan y hacen que nuestras vidas sean más ricas y más
libres, a cambio de cantidades de dinero a menudo ínfimas.
Algo
raro le ocurre a una sociedad que valora por encima de todo lo superficial. Ese culto desaforado al cuerpo y al esplendor de la
juventud, esa pasión sin
límites por la demostración de resistencia
física que hacen los deportistas –sustitutos en el imaginario colectivo de los antiguos guerreros–, huele a malsano y a decadente. Sólo el día en que una mujer o un
hombre consigan ser milmillonarios en unos pocos años salvando vidas, estaré
dispuesta a cambiar de opinión.
La vanguardia, 16 de febrero de 2012
La modalización es un rasgo relacionado
con la subjetividad en el texto. Es todo aquello que informa con la actitud del
emisor respecto al mensaje y todo aquello que incide en la valoración del
mismo.
El texto “Cuerpos” de Ángeles Caso está (poco/mucho/bastante)
modalizado. Predomina la modalidad (debes justificar tu elección)
(EPÍSTÉMICA/
DEÓNTICA/VALORATIVA)
-
EPISTÉMICA: Grado certeza. Muestra
mayor/menor conocimiento sobre el asunto.
-
DEÓNTICA: Grado de necesidad, obligación, conveniencia, prohibición.
-
VALORATIVA: Valora
positiva/negativamente la realidad.
La autora muestra su
actitud hacia el tema a través de distintos procedimientos:
1. Predominio de verbos en
1º persona del singular y del plural a lo largo de todo el texto. (lín. )
2. Empleo de adjetivo y
sustantivos valorativos: (ejemplos-lín.)
3. Uso de adverbios
valorativos de certeza y de juicio.
4. Uso de signos de
puntuación.
5. Cambios de registro
(justificación muy importante, explica el porqué de ese cambio, qué fin tiene)
6. Uso de derivación
apreciativa: sólo es una pero muy significativa.
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