Épica y deporte.
"Anuncio de Adidas"
Épica y deporte.
Los juegos
deportivos modernos han venido a satisfacer el ansia de presenciar hazañas.
Sólo que los adalides son hoy nadadores y demás portentos, y los ejércitos se
han trocado en equipos de disciplinados muchachos que atacan y contraatacan, y
tienen banderas propias, himnos y capitanes, y proceden con estrategias muy
meditadas. Movidas por el furor épico, las multitudes se amontonan para ver
descender a sus ídolos del autobús, igual que se asomaban los vecinos de Burgos
para ver pasar por las calles a Rodrigo con los suyos. Después asisten a sus
gestas, no limitándose a presenciarlas, sino participando activamente con
broncas e, incluso, tundas. Para quienes se quedan en casa, está el sucedáneo
de las transmisiones audiovisuales, como antaño estaba la recitación en la
plaza del pueblo o en el atrio de la iglesia. Los locutores de turno ejercen de
juglares. “¡Que bien detiene el balón Abel!”, clama uno, como su predecesor,
medieval prorrumpía en igual grito exaltado: “¡Quál lidia bien sobre exorado
arzón / mio Cid Ruy Díaz el buen lidiador!”.
En la
relativa soledad de su cabina, el locutor de radio - el de la televisión
procede a veces igual, explicando, con menos pormenor, pero siempre
pleonásticamente, lo que estamos viendo -, se enfrenta con la dificultad enorme
de verbalizar imágenes, para lo cual le bastaría un llano aunque tenso lenguaje
representativo (más atento a la propiedad que al grito, ¡maestro Matías
Prats!); pero se cree en el deber profesional de aherrojar la atención de los
oyentes chillando, emocionándose él mismo, aburriéndose, indignándose,
alegrándose, si quiere contagiar emoción, tedio, cólera o júbilo a quienes lo
escuchan. Esto es, acentuando lo que denominamos expresividad lingüística,
consistente, como el nombre indica, en expresar o excarcelar las emociones
presas en el espíritu. La competencia entre emisoras hace que ese elemento
expresivo haya ido adquiriendo una importancia creciente en sus transmisiones,
dando lugar a tan irritante exasperación de la tensión tonal, que degrada la
condición humana de muchos locutores.
Y mientras
la transgresión fónica es de norma en las crónicas deportivas orales, la
profusión de figuras retóricas caracteriza a las escritas. Es lógico: el
redactor tiene también la necesidad de extrañar, para lo cual, fuerza y
violenta la prosa ordinaria de la noticia. No disponiendo de los recursos
vocales del locutor, ha de compensarlos con un despliegue ostentoso de
ornamentos. Algunos causan asombro.
Fernando
LÁZARO CARRETER, Épica y deporte.